Acceso directo
Palabras clave
Queipo de Llano y Ruiz de Saravia, José María, conde de Toreno | Reseñas históricas | Política y empresa | Políticos | Oviedo | Comarca de Oviedo | Centro de Asturias | Montaña de Asturias | Asturias | Principado de Asturias | España | Europa.
Descripción
Séptimo poseedor —nos dice Constantino Suárez, «Españolito», en Escritores y artistas asturianos (Oviedo, 1957)— del título de conde de Toreno, y el que lo ha hecho inmortal entre los tres que unieron al timbre de nobleza el de una labor intelectual y política. Este conde de Toreno fue en la primera mitad del siglo XIX una de las personalidades españolas más eminentes. En el terreno de la política nacional, orador insigne y gobernante de grandes recursos; en el de las letras, la pluma de historiador más veraz, experta y atildada de su época. Como político, a causa de haber procedido con exaltación liberal en su primera época y con firmeza conservadora posteriormente, se le ha discutido en vida y después de muerto y parece cuestión condenada a eterna discusión, y no sólo se le ha discutido, sino que posiblemente se trata del político español del siglo XIX más vilipendiado. Ya Carlos Le Brun en 1826 se permitía este exabrupto: «Su nombre sólo forma la caricatura de este vendedor de su patria... Este liberal contrahecho lo era sólo por negociar empréstitos y hacer de la libertad de los españoles (¡pobres españoles!) un mercado para el tráfico que le ha dejado, al cabo, se dice una renta de treinta mil duros». Los ataques a la conducta pública del conde de Toreno fueron derivando con el tiempo en simples reservas al enjuiciarle; hasta el ecuánime y ponderado Félix de Aramburu quiere y no quiere aludir a esto en Monografía de Asturias, cuando escribe del conde de Toreno, «cuyas inconsecuencias y vanidades quedan ocultas tras la simpática figura del vizconde de Matarrosa y bajo los laureles de su fama de historiador». Julio Cejador le ha de poner un pero grave entre elogios: «A pesar de ser un francés de pies a cabeza y un aristócrata medio feudal, sin pizca de españolismo en el corazón». Esto ha podido rebatirlo Edmundo González Blanco: «Ni sus escritos, ni sus discursos, ni sus actos ofrecen nada que haga bueno reproche tan arbitrario e inmerecido. Cierto que Toreno, como todos los hombres cultos de la España de entonces, jamás sintió simpatía por las muchedumbres imbéciles e idiotizadas por siglos de Inquisición y clericalismo, que componían la gran masa de nuestro pueblo en los comienzos de la pasada centuria. Por eso quiso sembrar en el alma de tan heroico como desventurado pueblo sentimientos e ideas liberales y aplicar a sus llagas el bálsamo de las reformas políticas. Pero jamás dejó de latir en su generoso espíritu el amor patrio, no el bullicioso, intemperante y provocativo, sino el que, por ser más ardiente y más sincero, es también más recatado en sus efusiones».
Creemos que la mejor defensa de la conducta política del conde de Toreno es el relato de su vida, al cual remitimos al lector. En cambio, nadie ha osado discutirle como escritor y más particularmente como autor de su Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, obra numerosas veces reimpresa, traducida a varios idiomas y siempre acogida por la crítica con respeto y alabanza. «El conde de Toreno —dice Alcalá Galiano—, por su Historia, será citado en los siglos venideros como uno de los maestros del decir bueno y castizo, en la generación presente. Y asociado su nombre con el de una época gloriosísima, no será extraño que, si bien no en igual grado, quede en la alta estima y profundo respeto de nuestros descendientes, depositados juntos los timbres de España en su alzamiento y defensa y la elocuente obra que dignamente los expone a la consideración del mundo en todas sus edades». Leopoldo Augusto de Cueto afirma: «En esta parte no ha habido en España ni en el extranjero más que una opinión. Amigos y adversarios han declarado unánimemente su obra un monumento levantado al heroísmo de los españoles, a la literatura contemporánea, el habla castellana; y bien puede afirmarse, sin agravio para otros escritores, que no hay en nuestro suelo quien lleve ventaja a su autor en varia y sólida instrucción, en sagacidad de juicio y en concisión y robustez de estilo». Casi un siglo después de publicada la obra, escribió Cejador: «La soberana grandeza del levantamiento épico del puro pueblo español, abandonado de sus gobernantes y de la nobleza contra el vencedor de Europa, llevóle a componer casi una epopeya, pretendiendo escribir una simple historia, la mejor trazada, sin duda, desde la época clásica en España».
El conde de Toreno nació en Oviedo (Asturias) el 26 de noviembre de 1886, único varón entre cinco hermanos. Fueron sus padres José Queipo de Llano y Dominga Ruiz de Saravia, ambos de rancia nobleza, él en Asturias y ella en Cuenca. El padre, como primogénito, ostentaba ya el título de vizconde de Matarrosa y tardó algo más de diez años desde esa fecha en heredar el título de conde de Toreno, que pasó también por herencia a José María cuando frisaba en los veinte años.
Tenía cuatro cuando salió con sus padres de Asturias y residió sucesivamente en Madrid, Toledo y Cuenca; aquí, en la magnífica posesión a extramuros de la ciudad que pertenecía al patrimonio de la madre, fue donde comenzó su preparación intelectual. Empezaron sus estudios, como era de uso entonces, por los de Latinidad. Trasladado a Madrid en 1797 continuó con los de Humanidades, Ciencias e Idiomas, bajo la dirección, como preceptor privado, de Juan Valdés, asturiano de origen, hombre de vasta ilustración y de ideas liberales, que se fueron infiltrando en el espíritu del discípulo. También influyó en esa dirección liberal el abad de los benedictinos de Monserrat, quien le dio a leer las obras de Rousseau: Emilio y el Contrato social. Le sirvieron de maestros, asimismo, Rosell y Cabanillas. Su educación e ilustración fueron esmeradísimas y recibidas por él con el máximo aprovechamiento. Llegó a poseer una extraordinaria cultura en Humanidades, ciencias físicas y naturales e idiomas; de éstos, además de las lenguas latina y griega, poseía francés, italiano, inglés y alemán.
Aunque sus padres regresaron a Asturias en 1803, él continuó en Madrid dedicado a sus estudios. Desde apenas salido de la adolescencia mantenía trato con jóvenes de más edad, algunos ya destacados en los cenáculos políticos como reformistas influidos por los enciclopedistas franceses; figuraba, entre éstos, Agustín Argüelles.
En Madrid se encontraba cuando la invasión francesa de 1808 y de los trágicos sucesos del 2 de mayo no sólo fue testigo, sino también actor, puesto que hubo de mediar en evitación del inminente suplicio al que los franceses iban a someter a otro ilustre asturiano, Antonio Oviedo y Portal.
Pocos días después regresaba a Oviedo, donde le esperaba campo más propicio para la expansión de su patriotismo indignado y herido. Ya poseía entonces el título de vizconde de Matarrosa y tenía puesto de vocal nato por derecho de familia en la Junta General del Principado, que se acababa de reorganizar aprestada a la defensa nacional frente a las autoridades que obedecían al Gobierno maniatado por los franceses. Las noticias que de Madrid traía Queipo de Llano acabaron de inflamar de patriotismo a los dirigentes del movimiento contra el invasor, y la Junta tomó el acuerdo de solicitar contra éste la alianza de Inglaterra. Uno de los embajadores nombrados para tan importante comisión fue el vizconde de Matarrosa, aun cuando se trataba de un mozalbete de veintidós años; compartían tal cometido el también ilustre político y escritor asturiano Ángel de la Vega Infanzón y, como secretario, Fernando Álvarez de Miranda. La embajada salió de Gijón para Inglaterra el 30 de mayo. La permanencia en Londres de esta comisión, desde el 6 de junio hasta principios de diciembre del mismo año 1808, fue una ininterrumpida serie de atenciones y agasajos para con los comisionados. Dice Ferrer del Río: «Recibíalos Cannig con los brazos abiertos; obsequiosa la aristocracia y entusiasmado el pueblo, no por amor a España, sino por odio al emperador de los franceses, colmaban de distinciones a los representantes de la Junta, hasta el extremo de suspenderse por mucho rato la representación de una ópera el primer día que asistieron al palco del duque de Gueembury». Con todo, el Gobierno inglés sólo manifestó desde luego simpatías por la causa española; en lo de intervenir directamente fue su proceder más lento. A su vez los comisionados dejaron en la Corte inglesa muy gratos recuerdos; a ellos se unió Agustín Argüelles, que se encontraba en Inglaterra muy bien relacionado, y que ayudó eficazmente al éxito de la gestión.
A su regreso a Oviedo, Queipo de Llano se encontró con la dolorosa noticia del fallecimiento de su padre, suceso que le daba posesión del título de conde de Toreno, con el que habría de pasar a la historia.
Tanto por su luto como por desacuerdo con algunos elementos de la Junta General del Principado y por la necesidad de dedicarse al ordenamiento de los asuntos de familia, vivió bastante apartado de los públicos hasta mayo del año 1809. Entonces fue cuando el general marqués de la Romana, comisionado por la Junta Suprema Nacional para unificar los servicios militares de las regiones, llegó a Oviedo y cometió la ligereza de disolver la Junta General, influido por intrigas de los descontentos. La Romana, al sustituir esa Junta, genuina representación de Asturias, por otra formada a su arbitrio, nombró como uno de sus miembros al conde de Toreno; éste, aunque resentido con elementos de la Junta anterior, no sólo no aceptó el puesto, sino que protestó enérgicamente de la despótica y abusiva actitud del general.
Por el mes de setiembre de este año se trasladó a Sevilla, cerca de la Junta Central. Al resignar los poderes la Junta Central en el Gobierno instituido el 31 de enero de 1810 con el nombre de Regencia, a Queipo de Llano se le designó representante cerca de ella por la Junta de León y lo mismo hizo poco después la de Asturias, ya restablecida. Fue uno de los enviados por las provincias que combatió con más energía el recelo y las dilaciones de la Regencia en cumplir el compromiso de reunir en Cortes a los representantes del país, lo que al fin consiguió por decreto de convocatoria de 18 de junio. Obró en esto con tal entereza, que su actitud le valió aplausos y censuras, amigos y enemigos, dada la división reinante entre liberales y reaccionarios.
Asturias le eligió uno de sus diputados a Cortes. Abiertas éstas desde el 24 de setiembre de 1810, la nueva irrupción de los franceses en el Principado impidió a éste elegir con puntualidad sus diputados; pero una vez elegidos, en la sesión de Cortes del 11 de febrero de 1811, se planteó en reñido debate la cuestión de que se admitiera o rechazara la designación del conde de Toreno por no haber cumplido todavía los 25 años, edad mínima fijada para los derechos políticos. Fue admitido, por fin, días después, en atención a las pruebas dadas anteriormente de talento y patriotismo. (Se buscó una fórmula, fundada en que, años atrás, había obtenido del Gobierno una especial autorización para poder administrar sus bienes en minoría de edad).
Su primer éxito en aquella Asamblea tuvo lugar al intervenir en favor de la abolición de los señoríos, aun cuando él era señor de algunos. Desde entonces, su fama de orador fue creciendo hasta distinguírsele como uno de los más ilustres, si bien el más joven de todos. «Siguió el conde, mientras duraron las Cortes generales y extraordinarias —dice Leopoldo Augusto de Cueto—, dando muestras de su aventajada capacidad, llevando la voz principal en muchas cuestiones, y siendo casi siempre, por decirlo así, el alma de las Comisiones de Guerra y Hacienda, de que fue individuo». Participó en numerosos debates sobre la Constitución promulgada en 1812. No fue José María Queipo de Llano diputado en las Cortes ordinarias siguientes (1813-14), por haber acordado las Constituyentes la no reelección de sus miembros.
Al quedar implantado de nuevo el régimen político absolutista con el regreso a España de Fernando VII en mayo de 1814, y ser desatada una persecución contra los gestores de las Cortes de Cádiz, el conde de Toreno, que acababa de regresar a Asturias, se vio precisado a salir huyendo a Ribadeo, donde embarcó rumbo a Lisboa. Pero obligada la embarcación al arribo en Vivero, a causa del mal tiempo reinante, tuvo que continuar el viaje por tierra, en huida dificultosa hasta Portugal; llegó a Lisboa a mediados de junio. De aquí emigró a Inglaterra en los primeros días del siguiente mes. Así fue como se salvó de la ejecución de la pena de muerte ordenada contra él. Residió en Londres hasta diciembre, trasladándose entonces a París. Pero al retorno a Francia de Napoleón, regresó a Londres, donde creía que sería más útil su cooperación en favor de la libertad política de España, aherrojada por el despotismo de Fernando VII. A su regreso a Inglaterra se enteró de que habían sido confiscados sus bienes y que pesaba sobre él una sentencia de pena de muerte. En agosto de 1815 volvió a Francia. En abril del año siguiente fue detenido y encarcelado junto con otros liberales españoles residentes en París, por sospechas de complicidad en el fracasado movimiento revolucionario de su hermano político el general Porlier en La Coruña y por conspiradores contra los Borbones de España, Francia y Nápoles. Permaneció en la cárcel unos dos meses, hasta que faltas de prueba las acusaciones, se le dejó en libertad. En París publicó el folleto Noticia de los principales sucesos ocurridos en el Gobierno de España, su primer ensayo de historiador, que tuvo gran aceptación y fue traducido a varios idiomas.
Al instaurarse en España el régimen constitucional en marzo de 1820, el conde de Toreno fue sorprendido con el nombramiento de embajador de España en Berlín. Acaso este nombramiento encubría el deseo de continuar teniéndole alejado de España. El caso es que Queipo de Llano prefería ser actor en la vida pública española y fue preciso que se negara por tercera vez, y ésta terminantemente, a la aceptación de esa embajada. Quería prestar servicios a su país dentro y no fuera de él; lo consiguió al ser electo diputado a Cortes por Asturias en las elecciones de ese mismo año. Continuó siendo defensor de la libertad, pero sin exaltaciones juveniles. Fue en esas Cortes (1820-22) jefe del grupo moderado. «Toreno viene a estas Cortes —dice Cristóbal de Castro— prisionero de la experiencia, pasando de agresivo en Cádiz a moderado y gubernamental en Madrid... El Gobierno conságrale como a Mentor, y en las sesiones más ruidosas, su elocuencia cobija al Ministerio como un manto. Es el leader del orden y de la paz... Se le llama «la musa del Ministerio», porque es su inspirador y guía».
Mientras por esta templada actitud se robustecía su prestigio entre las clases ilustradas y adineradas del país, en las masas iba perdiendo su antiguo predicamento. Las Sociedades Patrióticas, a las que combatió por su actuación, según él, contraproducente y perturbadora, fueron focos de difamación donde se le consideraba «pastelero», porque también combatía al Gobierno cuando le parecía de razón combatirle.
Al salir del Congreso de los Diputados el 4 de febrero de 1822, después de haber pronunciado un discurso sobre la necesidad de reprimir los abusos de la libertad de imprenta, fue objeto de un atentado, junto con Martínez de la Rosa, por parte de un grupo de alborotadores capitaneados por un cómico de apellido González, que parece aspiraba a ser jefe político de Madrid; les libró del grave trance el general Morillo. Al hablar en la sesión siguiente del Congreso de este percance, decía: «Viviré de hoy en adelante tan prevenido, que si llegan a atacar mi casa, la hallarán en disposición de resistir como una fortaleza».
En estas Cortes desarrolló una actuación brillante como orador, y eficaz en los trabajos de las comisiones parlamentarias por sus conocimientos en materia de Hacienda y Administración, sobre lo cual presentó un informe referido a los presupuestos que aún se reconoce magistral por su doctrina. Fue duramente combatido por su proyecto de levantar un empréstito de doscientos millones, que estimaba imprescindible para que el Tesoro público cumpliera sus obligaciones; con este motivo nuevamente la difamación volvió a cebarse en su prestigio, aun cuando luego no intervino en el concierto de ese empréstito ni en el de otros.
El 9 de setiembre de 1820 se le exaltó a la presidencia del Congreso, puesto que desempeñó hasta el 9 de octubre. Al concluir sus tareas esas Cortes extraordinarias en febrero de 1822, como no podían ser reelectos los diputados, Queipo de Llano se dispuso a permanecer retirado de la vida pública temporalmente.
Parece que el rey, no habiendo podido «desterrarle» a una embajada, quiso asegurarse contra él de otro modo, y le ofreció el poder para que formara Gobierno bajo su presidencia, ofrecimiento que también rehusó. Ante la negativa, el rey le pidió consejo sobre las personas que a su juicio podrían formar el ministerio, y Queipo de Llano le entregó una lista de los posibles ministros, con Martínez de la Rosa como jefe del Gobierno; ese mismo día salió para París, temeroso de que se fuera a sustituir con él a alguno de los propuestos. En Francia continuaba cuando se produjo la reacción absolutista de 1823, con lo cual volvió de nuevo a la condición de proscrito perseguido en su vida y en su hacienda. «Era Toreno —afirma Cueto— de aquellos hombres que jamás adulan a los déspotas, sean de sangre real o de origen «populachero», y aunque no faltaron instigadores que a ello le incitasen, jamás dio pasos directos ni indirectos para que cesasen sus persecuciones, mostrando siempre ánimo entero y sufrido, como los más de los españoles que compartían con él la suerte del destierro». Durante este segundo exilio, que duró hasta muy próxima la muerte del rey, Queipo de Llano se dedicó a estudios históricos y políticos, en viajes y estancias en los principales países europeos: Inglaterra, Bélgica, Suiza, Alemania, y con preferencia, Francia, en todos los cuales fue objeto de distinciones y agasajos por parte de los hombres más eminentes y de las instituciones de mayor prestigio.
A fines de 1827 acometió el empeño, desde tiempo atrás acariciado, de escribir una memoria de los sucesos ocurridos en España desde 1808; fruto del mismo es la célebre Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, concluida a finales de 1832.
En julio de 1833, al amparo del decreto de amnistía de la reina Cristina, regresó a Madrid, de donde le obligó a salir el ministro Zea Bermúdez. Pasó entonces a residir en Asturias hasta la muerte de Fernando, ocurrida el 29 de setiembre de ese año. Aquí tomó parte como vocal nato, por su calidad de alférez mayor del Principado, en las sesiones de la Diputación constituida en 1830. Un año más tarde, promulgado ya el Estatuto Real, Martínez de la Rosa, que presidía el Gobierno, le confirió el Ministerio de Hacienda, departamento que regentó desde el 18 de junio de 1834 hasta el 13 de igual mes del año siguiente, a excepción de los siete últimos días que estuvo encargado del Ministerio de Estado.
En las elecciones de representantes al Estamento de Procuradores con que Martínez de la Rosa sustituyó el Congreso de los Diputados, Queipo de Llano fue electo a la vez por Oviedo y Cuenca. Abierta la Asamblea en julio, acometió en ella la tarea de proponer y defender fundamentales reformas en la administración de su ministerio y en la general del Estado, que, además de desorganizada y empobrecida, tenía que hacer frente a dos grandes calamidades: la invasión del cólera morbo asiático y la guerra civil sostenida frente al pretendiente don Carlos de Borbón. Su actuación en el Parlamento fue de una entereza ejemplar, ganándose por ella, y en reñida discusión, muy alta consideración como hacendista. Entre sus principales medidas cuenta la de concertar un empréstito de cuatrocientos millones de reales, de los que doscientos cincuenta millones eran necesarios para cubrir deudas atrasadas.
Al dimitir Martínez de la Rosa de la presidencia del Consejo de Ministros, ésta fue ocupada (7 de junio de 1835) por el conde de Toreno. Formó Gobierno, reservándose el Ministerio de Estado, en coalición con elementos liberales moderados. Al parecer, influyó poderosamente para que alcanzara el poder, además de lo mucho que la reina Isabel II le distinguía, el previo acuerdo de ambos de que era necesario recurrir a una intervención extranjera para acabar con la guerra carlista. A la conclusión de esta lucha dedicó algunos de sus mejores afanes; otros, a restaurar el principio de autoridad, bastante maltrecho. Su gobierno fue modelo de buena administración, aunque tampoco lograra encauzar en buenas normas jurídicas la desarticulada vida nacional. «Toreno era acaso —supone Cueto— el hombre más capaz de España para dar robustez a la autoridad pública, haciéndola entrar en una senda firme y segura de justicia y regularidad; el más apto para subordinar los intereses pasajeros de la política a los intereses permanentes de la administración; mas era para ello indispensable contar con el apoyo de la fuerza pública, lo cual no era posible cuando la anarquía política había prostituido la disciplina militar y roto, sin crear otros nuevos, los vínculos respetables de las tradiciones antiguas».
Siendo presidente del Consejo de Ministros contrajo matrimonio con una hija de los marqueses de Camarasa, la señorita María del Pilar Gayoso de los Cobos y Téllez Girón.
A los tres meses y días de haber formado Gobierno, el 14 de setiembre de 1835, se vio obligado a abandonar el poder, sucediéndole en la jefatura el que había sido su ministro de Hacienda, Juan Álvarez Mendizábal; había tenido que renunciar a sus buenos propósitos como consecuencia de las revueltas que se producían en toda la nación. «El conde de Toreno —dice Juan Nido en Antología de las Cortes de 1840 a 1846— dejó el Poder envuelto en la anarquía. En todas las principales ciudades del reino se habían formado «Juntas de Defensa» que no obedecían al Gobierno y que fueron otros tantos poderes autónomos». Tomó parte luego en reñidos debates parlamentarios, entre ellos, uno suscitado sobre la administración de su gobierno; en él expuso tan rotundas justificaciones de su conducta «que le aplaudieron hasta sus mayores enemigos», dice Cueto.
Al triunfar el llamado motín de los sargentos en La Granja, Queipo de Llano salió de España, previendo nuevas posibles persecuciones. Huía ahora de las reacciones liberales como antes había huido de las absolutistas; esta tan profunda mudanza en su personalidad política es lo que ha dado lugar a que se le calumniara. Estuvo acertado en la determinación de expatriarse, porque apenas había salido de España cuando le fueron confiscados los bienes y se le depuso de todos sus honores. Residió por entonces en París y Londres.
Proclamada la Constitución de 1837 y celebradas elecciones a Cortes ordinarias, regresó a España al amparo del acta de diputado que le otorgó una vez más su provincia y de la situación política conservadora, nuevamente en auge. No obstante, dejó en París a la familia. En esa legislatura, como prohombre del Partido moderado defendió la necesidad de acabar la guerra carlista apelando a un convenio, actitud por la que fue muy combatido. Por entonces la reina gobernadora le hizo grande de España. También en el terreno social había cambiado mucho el que llegó a las Cortes de Cádiz a combatir privilegios como el de los señoríos; dice a este respecto Ferrer del Río: «Opulento magnate con hábitos de sibarita, recibía en sus magníficos salones a la flor de la aristocracia, menudeando en su obsequio saraos bastante suntuosos para que desperdiciaran sus enemigos la ocasión de zaherirle; así propalaban a voz en grito que tal fausto venía a ser sátira de la pública miseria. Había cumplido ya cincuenta y tres años y vestía con más elegancia que ninguno de sus colegas: solía lucir ricas joyas, alfileres de brillantes y cadenas de oro; manejaba el lente con la coquetería almibarada de un mozalbete, y con el descaro de un hombre de mundo, según cumplía a su deseo».
Concluida aquella legislatura parlamentaria, se trasladó de nuevo a Francia. Entonces llevó a cabo una larga excursión por las principales ciudades italianas, tanto por deseo de estudio como por descanso de las luchas políticas. De este viaje redactó un Diario que se habría de publicar bastantes años después de su muerte.
En el extranjero se encontraba cuando en España su nombre era mancillado con lo más grave y pública acusación que se le ha hecho: el general Seoane le imputaba en pleno Congreso de los Diputados de una grave y deshonrosa gestión ministerial. Evaristo Fernández San Miguel, en Vida de don Agustín Argüelles, resume el hecho en estas palabras: «En 1835 se había hecho un contrato sobre azogues. Poco tiempo después, a solicitud de la casa contratante (que era la de Rotchschild), se alteraron las condiciones del convenio. El diputado acusador (Señor Seoane) trató de hacer ver que la modificación, favorable a dicha casa, había irrogado en la misma proporción perjuicios a los intereses de la Hacienda pública». Toreno regresó a España a fines de 1839 y en las Cortes del año siguiente volvió a su escaño del Congreso, electo también por Asturias; le movía principalmente el deseo de rechazar por falsa aquella imputación. Al examinar el Congreso las actas de diputados electos en 1840, «cuando se trató de la admisión del conde de Toreno —dice San Miguel—, se hizo ver por algunos diputados de la minoría que, habiendo sido acusado de cosas graves que vulneraban su buen comportamiento y probidad, y no habiendo tratado de responder a ellas de un modo público que pusiese en claro su conciencia, debía negarse o suspenderse su admisión, hasta que no mediase este requisito indispensable». Le defendieron algunos diputados, y entre otros argumentos adujeron «que este pleito lo había fallado en cierto modo la provincia de Oviedo, reeligiéndole entonces, y nombrándole ahora nuevamente diputado». Parece que Queipo de Llano esperaba que se reprodujera por alguien en su presencia la acusación, pero al no suceder las cosas como él esperaba, y puesto que la grave imputación estaba como latente, se decidió a presentar con su firma y las de otros seis diputados la siguiente proposición: «Que se nombre una comisión que, tomando en cuenta la proposición del ex-diputado don Antonio Seoane contra el conde de Toreno, leída en el Congreso y tomada en consideración en la sesión del 7 de febrero de 1839, examine atentamente dicha proposición, y manifieste si por ella ha lugar a que el Congreso formalice acusación contra el mencionado conde». Defendió él mismo la proposición, en apoyo de la cual pedía: «Por mi propia reputación y la de mis amigos es ya urgente que se ponga término a esta materia». La Comisión dictaminadora —dice San Miguel— «propuso que el Congreso se sirviese declarar que no había lugar a la acusación propuesta por el señor Seoane en su proposición de 1º de febrero contra el señor Conde de Toreno, ministro que había sido de Hacienda en 1835». Según el propio San Miguel, la Comisión invitó al señor Seoane a trasladarse a Madrid a deponer sus cargos, como había prometido, «mas la esperanza había quedado fallida no habiendo venido a Madrid el señor Seoane»; y agrega: «Sin duda ignoraba la Comisión que el señor Seoane había pedido licencia para venir a Madrid, y que el Gobierno se la había negado».
Poco después, ante los nuevos trastornos políticos bajo la regencia de Isabel II, el conde de Toreno volvió a su voluntaria expatriación en febrero de 1841.
El 16 de setiembre de 1843 (y no en 1840 como anota Fuertes Acevedo, ni en 1846 como asegura Julio Cejador) fallecía en su casa de París. Trasladado su cadáver a Madrid, se le dio sepultura en el cementerio de San Isidro.
Concejo de Oviedo
Naturaleza, Arte Prerrománico, fiesta, gastronomía, Premios Princesa… y muchas cosas más en el concejo de Oviedo, ubicado en el corazón de Asturias y su capital es también la del Principado, y fue en el pasado capital del primer reino cristiano de la Península Ibérica y origen del Camino de Santiago.
Los concejos (municipios) que limitan con el Concejo de Oviedo son: Grado, Langreo, Las Regueras, Llanera, Mieres, Ribera de Arriba, Santo Adriano y Siero. Cada uno de estos concejos (municipios) comparte fronteras geográficas con Oviedo, lo que implica que comparten límites territoriales y pueden tener interacciones políticas, sociales y económicas entre ellos.
Comarca de Oviedo
Está en el corazón de Asturias y su capital, Oviedo, es la del Principado y fue en el pasado capital del primer reino cristiano de la Península Ibérica y origen del Camino de Santiago.
La comarca está conformada por uno o varios concejos (municipios). En este caso: Oviedo. Los concejos representan las divisiones administrativas dentro de la comarca y son responsables de la gestión de los asuntos locales en cada municipio.
Conocer Asturias
«Además de la arquitectura y la decoración, el arte prerrománico asturiano también se refleja en otros aspectos, como la orfebrería y la pintura mural. Los objetos de orfebrería, como cruces y relicarios, se caracterizan por su exquisitez y su detalle. Las pinturas murales, aunque escasas, presentan escenas religiosas y figuras angelicales.»
Resumen
Clasificación: Reseñas históricas
Clase: Política y empresa
Tipo: Políticos
Comunidad autónoma: Principado de Asturias
Provincia: Asturias
Municipio: Oviedo
Parroquia: Oviedo
Entidad: Oviedo
Zona: Centro de Asturias
Situación: Montaña de Asturias
Comarca: Comarca de Oviedo
Dirección: Oviedo
Código postal: 33009
Web del municipio: Oviedo
E-mail: Oficina de turismo
E-mail: Ayuntamiento de Oviedo
Dirección
Dirección postal: 33009 › Oviedo • Oviedo › Asturias.
Dirección digital: Pulsa aquí